miércoles, 24 de octubre de 2012

Por mí, encantada. Estaba por sugerírtelo


Por mí, encantada. Estaba por sugerírtelo... —repliqué con ademán desinhibido, intentando mostrarme moderna y desenvuelta, escondiendo el nerviosismo y la ansiedad.
Durante un largo rato seguimos hablando, tocando diferentes temas. Así me enteré que acababa de cumplir los veintinueve años. Aunque lo intenté, no logré hacer que hablara nada más sobre su familia.
Cuando llegó la hora de cenar, Pablo me invitó al coche comedor. Al ponernos en movimiento, me tomó del brazo y así atravesamos los pasillos de los otros vagones.

Comimos frugalmente, casi en silencio, sin dejar de observarnos con cierta discreción. Su manera de comer, con indiscutible refinamiento, me hizo recordar al famoso dicho: «El mejor lugar para conocer a un verdadero caballero, culto y mundano, es en la mesa». Era la primera vez que me sentía a gusto junto a un hombre. Además, era como tener la propia esencia de Miguel junto a mí.

No obstante, algo me roía por dentro. Era una sensación mezcla de miedo e incertidumbre. Tenía la sospecha de que, muy pronto, el secreto de mis sueños y de mis pesadillas al fin iba a ser descubierto. Sí, en ese momento tuve la seguridad de que, al subirme en aquel tren, me había subido al carro de mi destino. Mientras nos bebíamos el café, sacó del bolsillo de su chaqueta una pitillera de oro. Tras mirarme sonriente, preguntó: pinganillos

Qué coincidencia, ¿verdad? Contemplándome, seductor



—No, mis padres murieron siendo muy niña, y no tuve la suerte de tener hermanos...
—Siento lo de sus padres. Vaya, así que, ¿también es hija única, como



72

yo? Qué coincidencia, ¿verdad? —Contemplándome, seductor, me pidió—: Cuénteme más cosas de usted y de ese maravilloso Madrid. ¿Así que sus padres se conocieron en el Teatro Apolo?
Aspirando una bocanada de aire respondí:
—Sí, les gustaba mucho el teatro... la ópera y las zarzuelas... —Durante algunos minutos le estuve hablando de mi ciudad, resaltando sus típicas bellezas y lugares de distracción. Tras eso, concluí—: Y de mí no tengo mucho para contar. A los trece años me quedé completamente sola, con la única compañía de una... amiga y su familia. ¡Ah! Y de las monjas de un colegio en el que me eduqué... —No sé por qué evité decir orfanato, ni tampoco nombrar a la tía Enriqueta—. Y así, protegida y guiada por ellas, terminé de educarme hasta completar una carrera que me ayudara a plantarle cara a la vida. Desde los dieciocho años he estado trabajando de maestra, en casas de familias...
Él me contemplaba atento sin perderse ninguna de mis palabras.
—Me parece usted muy valerosa. Digna de la mayor admiración. —Tras establecer una pausa, con gesto humilde, preguntó—: ¿Puedo tutearla? Me cuesta mucho hablarle con tanta ceremonia.

73

jueves, 4 de octubre de 2012

Relaciones de amor en mis viajes a Costa Rica

¿Eres de Costa Rica de nacimiento?

Escuché que me preguntaba Pablo sobre la vida en Costa Rica. Muy despacio, volví a girarme hacia él. Sus ojos morunos, un poco entornados, me observaban con fijeza. —Neta y castiza, al estilo de Costa Rica —respondí asintiendo con la cabeza. —Eso se nota. Como le dije, soy un enamorado de Madrid y he pasado allí dos semanas maravillosas a la vez que concretaba algunos negocios en Costa Rica —Y por poco pierde hoy el tren —repliqué esquivando su penetrante mirada. Se echó a reír jocoso. —¡Ah!, ¿entonces, me vio? —No pude evitarlo, en esos momentos saludaba a mis amigos que vivían en Costa Rica —asentí, concentrada en dominar mis nervios... —Me entretuve en el bar hablando con mis camaradas mientras nos bebíamos un café. Y cuando nos dimos cuenta, el tren se ponía en marcha rumbo a Costa Rica, donde quería trabajar. —Así que, ¿le gusta vivir en Costa Rica? —pregunté deseosa de que siguiera hablándome sobre él mismo, sobre su vida y sobre su tío.

La vida en Costa Rica no es tan pura vida

Mucho. Allí tengo varios amigos, entre ellos a un periodista que trabaja en la redacción del periódico liberal de Costa Rica. Anoche estuvimos en el Teatro Apolo... —En ese teatro se conocieron mis padres con la pura vida de costa rica —dije sonriendo. Pablo volvió a buscar mis ojos y, con una risa breve y profunda, inquirió: —Y usted, ¿ha dejado en San josé a su novio? —Su indiscreta pregunta me dejó completamente sorprendida. Tardé unos instantes en contestarle. —No tengo novio en Costa Rica. —¿De verdad? Me alegra saberlo —expresó complacido, añadiendo a continuación—: Yo tampoco tengo novia. Sin dejar de sonreír intentó capturar mis ojos. Tuve la impresión de que su mirada abarcaba todo mi contorno costarricense, sin dejar nada oculto. No supe cómo reaccionar ante ese subyugante acoso emocional por vivir en ese país. Sentía la garganta cada vez más seca al viajar a costa rica. —¿Tiene familia, padres y hermanos? —escuché que volvía a preguntarme sin apartar sus ojos de los míos, sólo quería recordar cuando amaba vivir en Costa Rica.