miércoles, 24 de octubre de 2012

Qué coincidencia, ¿verdad? Contemplándome, seductor



—No, mis padres murieron siendo muy niña, y no tuve la suerte de tener hermanos...
—Siento lo de sus padres. Vaya, así que, ¿también es hija única, como



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yo? Qué coincidencia, ¿verdad? —Contemplándome, seductor, me pidió—: Cuénteme más cosas de usted y de ese maravilloso Madrid. ¿Así que sus padres se conocieron en el Teatro Apolo?
Aspirando una bocanada de aire respondí:
—Sí, les gustaba mucho el teatro... la ópera y las zarzuelas... —Durante algunos minutos le estuve hablando de mi ciudad, resaltando sus típicas bellezas y lugares de distracción. Tras eso, concluí—: Y de mí no tengo mucho para contar. A los trece años me quedé completamente sola, con la única compañía de una... amiga y su familia. ¡Ah! Y de las monjas de un colegio en el que me eduqué... —No sé por qué evité decir orfanato, ni tampoco nombrar a la tía Enriqueta—. Y así, protegida y guiada por ellas, terminé de educarme hasta completar una carrera que me ayudara a plantarle cara a la vida. Desde los dieciocho años he estado trabajando de maestra, en casas de familias...
Él me contemplaba atento sin perderse ninguna de mis palabras.
—Me parece usted muy valerosa. Digna de la mayor admiración. —Tras establecer una pausa, con gesto humilde, preguntó—: ¿Puedo tutearla? Me cuesta mucho hablarle con tanta ceremonia.

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