miércoles, 19 de septiembre de 2012

El paso del tiempo para mis queridos padres

Al imponerse esos sensuales sueños, las terroríficas pesadillas se fueron haciendo más distantes, aunque en ningún momento dejaron de hostigarme. No obstante, con el paso del tiempo, mi conflicto íntimo fue tornándose traumático, y las dudas de saber si seguía siendo virgen me preocupaban más de lo pensado. En aquellas épocas, el tesoro más preciado de una mujer era su virtud. Si una joven la perdía antes del matrimonio su marido podía repudiarla e incluso devolverla a sus padres. Un mes después del inicio de aquel inconfesable sueño, hablé en privado con la Madre Superiora. Procurando parecer natural, le rogué que me dejara dormir en un sitio a parte, con el fin de no molestar a mis compañeras de cuarto. Ella ya estaba al tanto de las constates pesadillas que venía sufriendo desde niña.


También sabía que era la vida de mis padres

Ellos me habían llevado a varios médicos que nunca llegaron a solucionar mi problema. Ese día, con gesto mortificado, le dije: —Lo que más me preocupa es que, como a veces lloro y grito, mis compañeras se desvelan, y eso agrava mi estado emocional. Desearía poder dormir en un sitio donde no molestara a nadie... —acabé diciendo desesperada. La Madre Superiora me miró con tristeza. —Querida Almudena —comenzó a decir moviendo la cabeza—. Eres una niña tan extraña y triste... pero al mismo tiempo fuerte, valiente y resuelta. Desearía poder ayudarte a superar tus angustias así que veré qué puedo hacer para remediar al menos ese problema —acabó de decir sonriéndome.

Llamó a la hermana Angustias
Le pidió que buscase un sitio en el que yo pudiera dormir sin causar molestias a nadie. Así se me permitió ocupar sola una estrecha celda cerca del dormitorio de mis compañeras. El cuarto era oscuro, frío en invierno y ardoroso en verano, con un pequeño ventanuco en lo alto. Tenía un bonito altar con la imagen de la Virgen María a la que miré con amarga pesadumbre. Bueno, todas las noches, antes de dormirme, le pediría ayuda, y cada despertar no me quedaría más remedio que pedirle perdón por mis pecaminosos sueños. Dormir a solas en un cuarto, con las puertas cerradas, ayudó a que mis noches fueran menos expuestas y traumáticas, lo que contribuyó a darle a mi vida una grata sensación de independencia.

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