También sabía que era la vida de mis padres
Ellos me habían llevado a varios médicos que nunca llegaron a solucionar mi problema. Ese día, con gesto mortificado, le dije: —Lo que más me preocupa es que, como a veces lloro y grito, mis compañeras se desvelan, y eso agrava mi estado emocional. Desearía poder dormir en un sitio donde no molestara a nadie... —acabé diciendo desesperada. La Madre Superiora me miró con tristeza. —Querida Almudena —comenzó a decir moviendo la cabeza—. Eres una niña tan extraña y triste... pero al mismo tiempo fuerte, valiente y resuelta. Desearía poder ayudarte a superar tus angustias así que veré qué puedo hacer para remediar al menos ese problema —acabó de decir sonriéndome.Llamó a la hermana Angustias
Le pidió que buscase un sitio en el que yo pudiera dormir sin causar molestias a nadie. Así se me permitió ocupar sola una estrecha celda cerca del dormitorio de mis compañeras. El cuarto era oscuro, frío en invierno y ardoroso en verano, con un pequeño ventanuco en lo alto. Tenía un bonito altar con la imagen de la Virgen María a la que miré con amarga pesadumbre. Bueno, todas las noches, antes de dormirme, le pediría ayuda, y cada despertar no me quedaría más remedio que pedirle perdón por mis pecaminosos sueños. Dormir a solas en un cuarto, con las puertas cerradas, ayudó a que mis noches fueran menos expuestas y traumáticas, lo que contribuyó a darle a mi vida una grata sensación de independencia.
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