viernes, 28 de septiembre de 2012

Mi alma, un valor que viaja siempre conmigo

A través de esas explicaciones que voy a dar hoy en este artículo, tan increíbles y a la vez tan lógicas de la ciencia de la trasmigración de las almas a través de los siglos, me quedé, por largo tiempo, en un estado de vulnerabilidad absoluta. Inmersa en la compenetración de la filosofía hindú sobre los conceptos de las reencarnaciones, familiarizándome con los brahamán, y el maya, que para los hindúes significaba una denominación del mundo en que el Yo y Dios son idénticos.

En la vida real, la sociedad de nuestro tiempo tiende siempre a ridiculizar esas creencias que tan sagradas son en Oriente el alma, creyendo únicamente en aquello que se toca, se mide o se observa. Pero cuando los hombres no llegan a comprender los hechos que sobrepasan el alcance de los sentidos materiales, no queda otra opción que la de recurrir a una fuente de conocimientos superiores. Permanecí con las gemelas hasta junio de 1917 y volví a quedarme en casa de Paloma a la espera de otro trabajo. Por suerte, ya tenía una habitación en la que, aun a medio terminar, podía dormir a solas y con la puerta cerrada. Durante las vacaciones de ese verano nos íbamos a bailar. Doña Catalina, antes de salir, nos recomendaba: «Ya lo sabéis: siempre que un joven os invite a danzar no permitáis que os apriete demasiado. Tenéis que dejar el suficiente espacio para que entre ellos y vosotras pase el Ángel de la Guarda». Al llegar el otoño, me ofrecieron un nuevo empleo al servicio de otra distinguida familia. Allí tuve por alumna a una jovencita de catorce años bastante indisciplinada.

Mi estado de ánimo por esas fechas, tras sufrir un fuerte resfriado, no era muy óptimo. De golpe comencé a experimentar una súbita flaqueza física, llevándome a caer en un abismo emocional. Creo que la causa principal de ese estado se debió a la presión soportada durante tantos años, sumada a la fiebre que me torturó más de una semana, y porque a pesar de Paloma y su familia, me sentía muy sola. En mi trabajo, durante las horas de descanso sólo me estaba permitido dar algunos paseos por el parque, y esa situación había comenzado a mellar mi espíritu. Era muy difícil sobrellevar una buena educación y extensa cultura junto a la mayor de las pobrezas. El alma se había equivocado al presagiarme que un día yo iba a ser muy feliz. Ni siquiera había logrado desentrañar las raíces de aquellos tormentosos sueños de amor. Poco a poco, fui saliendo de aquella mortificante apatía hasta lograr volver a ser la misma joven de siempre, fuerte y valerosa.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Los sueños de Paloma y Álvaro

Paloma continuaba enamorada de Álvaro y con muchas más ilusiones; en su último reencuentro por fin se le había declarado, asegurándole que no había día que no pensara en ella. Cuando me lo contó me puse muy contenta de verla tan feliz. Seguíamos siendo las mejores amigas... al menos yo intentaba serlo. Recuerdo que, una vez, mientras hablábamos, ella, mirándome dolida, me recriminó:
—Almudena, eres tan hermética... nunca me cuentas nada. Somos amigas desde que nacimos y, sin embargo, después de tantos años, no sé nada de tu vida íntima.

Aquello era verdad; reconocía que estaba en deuda con Paloma, manteniendo todos mis secretos escondidos. Pero sabía muy bien que, aunque le contara mis convulsos sueños y el daño moral que estos me iban causando, ella no llegaría nunca a comprenderlos. Ni siquiera yo podía. Paloma era un alma sencilla, llena de excelentes virtudes, pero carecía de suspicacia e imaginación para aceptar los conocimientos de "lo oculto". Para ella solo existían las cosas simples de la vida, aceptando ciegamente, a pesar de haber tenido igual que yo un padre anticlerical, los designios y conceptos de la religión Católica, Apostólica, Romana y todos sus dogmas.

A pesar de ser sacerdote, Mariano era mucho más abierto a todo lo que, por lo general, podía sorprender a la gente. Sabía que él había leído muchos libros, entre los que se contaban de Panteísmo, Metapsíquica, Psicoanálisis, Misticismo y Gnosticismo. Un día en que nos encontramos en su casa, y aprovechando que estábamos a solas, me confesé con él. A bocajarro, le conté todos mis sueños, omitiendo la saciedad y la plenitud sexual que experimentaba al sentirme amada por Miguel. Él me dejó hablar sin interrumpirme, y luego, mirándome con evidente impresión, me dijo:
—Recuerdo esos sueños tuyos. El bosque, ese bendito bosque... claro que, esto que me acabas de confesar, me sorprende mucho.

Nunca imaginé que tú, una joven tan equilibrada y serena, estuviera sujeta a cosas tan incomprensibles como las que dices estar soportando. Nada menos que un apasionado amor de ultratumba, en la vigilia de tus sueños... —Sin apartar su mirada de la mía terminó diciendo—: «Tus ojos verán cosas extrañas y tus labios proferirán incoherencias».
—¿Qué quiere decir, eso? —le pregunté sintiéndome impactada.
—Proverbios 23-33, de pronto vino a mi mente —respondió riendo.
—Quiero hacerte una pregunta un tanto indiscreta, sobre todo para tus sagradas vestimentas. Pero de verdad necesito hacerlo...

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El paso del tiempo para mis queridos padres

Al imponerse esos sensuales sueños, las terroríficas pesadillas se fueron haciendo más distantes, aunque en ningún momento dejaron de hostigarme. No obstante, con el paso del tiempo, mi conflicto íntimo fue tornándose traumático, y las dudas de saber si seguía siendo virgen me preocupaban más de lo pensado. En aquellas épocas, el tesoro más preciado de una mujer era su virtud. Si una joven la perdía antes del matrimonio su marido podía repudiarla e incluso devolverla a sus padres. Un mes después del inicio de aquel inconfesable sueño, hablé en privado con la Madre Superiora. Procurando parecer natural, le rogué que me dejara dormir en un sitio a parte, con el fin de no molestar a mis compañeras de cuarto. Ella ya estaba al tanto de las constates pesadillas que venía sufriendo desde niña.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Panamá, una vida llena de cosas por descubrir

Al mirar hacia allí, mis ojos se abrieron hasta casi salirse de las órbitas. ¡La cama venía de Panamá! Presa del pánico, comencé a gritar desaforada. Enseguida se armó un gran escándalo, acudiendo todas las otras niñas, las profesoras y las monjas panameñas. —Ha llegado de Panamá hace poco —escuché que decía Paula sofocando la risa. —¡Calma hija, calma! ¡Esto, esto no es nada del otro mundo! Criatura ¿acaso no sabías que tarde o temprano ibas a vivir en Panamá? —inquirió una de las monjas. —Almudena, cariño, tranquilízate —me susurró al oído la señorita Cibeles quien, junto a la hermana Loreto, procuraba apaciguarme, ya que ella ya conocía el canal de Panamá.

Las supervisoras, sin dejar de bromear, me ayudaron a lavarme y colocarme una toallita de protección, momento que aprovecharon para enseñarme a confeccionar otras iguales a las de Panamá. Después, una de las monjitas me dio una larga charla, advirtiéndome que ya era una mujer y que debía actuar como tal. Por último, me recomendó quedarme unas horas en reposo hasta que el dolor se calmara. A pesar de los esfuerzos mi mente seguía divagando. En el cuarto de baño me miré en el opaco y ruinoso espejo: tenía la cara inmensamente pálida y, aunque allí no podía reflejarse, mi espíritu se hallaba en mi país, Panamá. Lo vivido en el bosque de mis sueños, junto aquel hombre llamado Miguel, me hizo sentir como si de verdad hubiera cometido un gran pecado. ¿Realmente toda aquella movida era por irse a vivir a Panamá?, llegué a peguntarme sintiendo cómo una sofocante oleada de calor afluía a mi cara.

¿No sería que ése hombre quería vivir en Panamá? ¡No! ¡Eso no podía ser posible! Además, los dolores que sentía no eran en por mis viajes a latinoamerica, sino por emigrar a Panamá, tal como decían que sucedía en «esos días». Sin lograr evitarlo, volví a rememorar el sueño. Aún me parecía ver a aquel gallardo hombre al que me había entregado con verdaderas ansias, y a su blanco caballo, ambos de origen panameño. Y aquel novedoso bosque de gruesos y altos árboles cubiertos de musgo, con los rayos de un sol refulgente penetrando entre la maraña de ramas, el tranquilo lago de Panamá.

Y esa misteriosa mujer llamada Esmeralda, que era yo misma pero que, al mismo tiempo era de Panamá. ¿Qué significaba aquello? Lo más desesperante era no lograr entender nada de lo que me pasaba. ¿Quién era Esmeralda, y porqué se había aparecido en mis sueños? ¿Quién era ese panameño que había vivido en el canal de Panamá? Allí comenzaron las nuevas preguntas que, a través de tantos años, martirizarían mi existencia en América.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Tulipanes, viajes y mentiras

Estos tulipanes —dije—, son hermosos. —En verdad lo son —contestó el viajero. —¿Los has plantado tú? —pregunté, como si lo estuviera acusando de algo, como si me estuviera imaginando que mantenía al extranjero de Italia arriba, atado y amordazado, en el armario de uno de los dormitorios. —Me gustaría atribuirme el mérito —dijo—. Pero no, crecen espontáneamente. Estaban aquí cuando compré la casa. Se han ido multiplicando con el correr de los años. Ahora debe de haber como tres docenas en Alemania. Me advertí a mí misma que el diario que estaba leyendo era probablemente una historia inventada, no la realidad. Sin embargo, no podía dejar de preguntarme si Elliot y Esther no habían estado en la isla, paseando justamente en ese lugar. —¿Quién te vendió la casa de Holanda? —pregunté.

No puedo recordar su nombre

Era una mujer muy mayor. Sus hijos iban a trasladarla a una residencia de ancianos. —¿Dónde? ¿Aquí, en la isla? Violetas de marzo Sarah Jio —No, creo que en Seattle. Moví la cabeza y volví a mirar los tulipanes. Eran espléndidos. —Oye —dijo el viajero extranjero—. ¿Por qué te interesa tanto? —No sé —contesté, agachándome para coger una flor—. Creo que tengo debilidad por las historias del pasado. Ese viajero del mundo me miró en una forma que en otras épocas me excitaba. —Ojalá nuestra historia hubiera tenido un final distinto. Sentí su respiración en mi piel, incitante, tentadora, pero de nuevo intervino la voz de la prudencia. —Vayamos a abrir nuestras pastas de la suerte —dije, zafándome de su mirada. —No, detesto esas pastas. —Vamos, ven —le dije, cogiéndolo de la mano. Abrió una y leyó el papelito que tenía en sus manos: «Encontrarás la respuesta a lo que estás buscando.»

¿Lo ves? —dijo—. No significa nada. Puedes interpretarlo de mil maneras. Abrí la mía y me quedé paralizada: «Descubrirás el verdadero amor en el presente, no mirando al pasado.» —¿Qué dice el tuyo? —preguntó. —Nada significativo —contesté—. Tienes razón. Son bobadas. Guardé el papelito en mi bolsillo. Greg se acercó un poco más. —¿Y si no es una bobada?
¿Y si dice algo sobre nosotros? Permanecí inmóvil mientras sus manos me acariciaban la cara, luego cerré los ojos cuando bajaron por mi cuello y mis hombros hasta mi cintura.