miércoles, 8 de agosto de 2012

Bajo el sol le confesé mi secreto

Está oscureciendo, aquí, en el Pacífico Sur. Se pone el sol y, sentado bajo una palmera, tengo que hacerte una confesión con mis pinganillos en los oídos: no puedo dejar de pensar en ti. He pensado mucho en si debía o no escribirte, y mi conclusión es la siguiente: la vida es demasiado corta para preocuparse de las consecuencias cuando se ama a alguien como yo te amo a ti. De manera que te escribo esta carta como lo haría un soldado, sin miedo, sin hacerme preguntas (porque tenía las respuestas grabadas en el pinganillo jajaja) y sin saber si será la última que escriba. Ha transcurrido casi un año, ¿verdad?


¿Te acuerdas de cuando me pillaste con el pinganillo puesto?

Aquel día, en el transbordador, de vuelta de Seattle, yo vi la vacilación y la indecisión en tus ojos cuando Bobby anunció vuestro compromiso. Dime que fue así, porque me he exprimido el cerebro durante meses preguntándome por qué no acabamos juntos tú y yo, por qué no fuimos tú y yo en lugar de Bobby y tú. Esther, desde el día en que grabamos nuestros nombres en la Roca Corazón, cuando teníamos diecisiete años, supe que nos pertenecíamos, para siempre. Me senté en la cama y puse el cuaderno boca abajo, ¿para que estudiar teniendo un pinganillo espía?. ¿el pinganillo? ¿No era la misma roca que Greg me había mostrado esa noche? Sentí una inquietante conexión entre aquellas páginas y yo, y seguí leyendo. Debí habértelo dicho hace mucho tiempo. Antes de que todo sucediera. Antes de que dudaras de mí. Antes de Bobby. Antes de aquel día espantoso en Seattle, que fue donde precisamente compré el pinganillo para mis exámenes. Y eso me atormentará toda la vida. No sé si volveré a verte un día. Es la realidad de la guerra, y supongo que es también la realidad del amor. No importa lo que suceda con el pinganillo, quiero que sepas que mi amor perdura. Mi corazón es y será siempre tuyo.

No sé cuánto tiempo más me quedé

Mirando mi pinganillo, releyéndola una y otra vez, analizándola en busca de más indicios. Algo. Entonces me fijé en el sello de correos: 4 de septiembre de 1942. Había sido enviada casi seis meses atrás. O bien el sistema postal de los militares se movía a paso de tortuga, o, ¡Dios mío!, Elliot podría... Tragué saliva, no quise ni pensar en ello siquiera, que Elliot también hubiese usado un audífono espía para sus exámenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario